miércoles, 30 de mayo de 2007

Icono de la Trinidad de Rublev (Catequesis)


El principio trinitario es el fundamento increbantable que une lo personal y lo comunitario y da un sentido último a todo. La imagen de Dios Uno y Trino a la vez se erige en única norma de toda existencia.

- La Trinidad es imagen conductora de los hombres, comunidad de amor mutuo, unidad en lo múltiple, unidad de todas las personas en una sola naturaleza recapitulada en Cristo.

- El dogma enuncia: Tres personas (hypostases) y una sola naturaleza o esencia ( ousia). Tres personas consustanciales representan la unidad absoluta y la diversidad absoluta. Están unidas no para confundirse sino para contenerse mutuamente. Cada Persona es una forma única de contener la esencia idéntica, de recibirla de las Otras, de darla a las Otras, y así de presentar a las Otras.

- “Un solo Dios porque hay un solo Padre”, según este axioma patrístico en un eterno movimiento de amor, el Padre-Fuente presenta las personas del Hijo y del Espíritu y les da lo que El es.

- Las relaciones de origen son también relaciones de diversidad que esconden y designan a la vez el misterio indecible de las Personas.

- Uno es soledad, dos es el número que separa, tres es el número que traspasa la separación; lo uno y lo múltiple se encuentran reunidos y circunscritos en la trinidad.

- San Sergio de Radonega ( 1313-1392) no ha dejado ningún tratado teológico, pero su vida entera estuvo consagrada a la Santa Trinidad. Objeto de su contemplación incesante, este misterio divio derrama en él y hace de él esa paz encarnada con que resplandecía visiblemente ante todos. Dedicó su iglesia a la Trinidad y se esforzó en reproducir una unidad a su imagen en su entorno inmediato y hasta en la vida política de su tiempo .Se podría decir que reunió a toda la Rusia de su época alrededor de su iglesia, alrededor del Nombre de Dios, para que los hombres “por la contemplación de la Santa Trinidad venzan el odio desgarrador del mundo”.


- Siete años después de su muerte, su discípulo san Nicono encargó al célebre iconógrafo Andrés Rublev que pintara un ícono de la Santa Trinidad en memoria de San Sergio. También hizo decorar el iconostasio de la abadía de la Santa Trinidad por Rublev y su fiel compañero Daniel. Los días de fieta, cuando Andrés y Daniel no trabajaban, “se sentaban ante los venerables y divinos íconos y mirándolos sin distracción...elevaban constantemente su espíritu y su pensamiento a la luz inmaterial y divina...”. Esta es la luz que Andrés Rublev supo transmitir en su ícono hecho célebre. Recrea el ritmo mismo de la vida trinitaria, su diversidad única y el movimiento de amor que identifica las Personas sin confundirlas. Parece que Rublev respira el aires de la eternidad, que vive en los espacios del corazón divino y se erige así en sorprendente poeta del Amor. El ícono de la Trinidad se remonta a la oración sacerdotal de Cristo: “ para que todos sean uno...para que el amor con el que me has amado esté en ellos y yo mismo esté en ellos...”( juan 17,21-23)

Interpretación del ícono de Rublev

- En 1515, la catedral de la asunción de Moscú se acababa de decorar con espléndidos íconos hechos por los alumos del gran maestro Rublev. Cuando todos entraron exclamaron: “en verdad los cielos se abren y se muestran los esplendores de Dios”.

- Este sentimiento se comprende ante el ícono de los íconos, el ícono de la Santa Trinidad hecho por el monje André Rublëv en 1425. Unos ciento cincuenta años después, el Concilio de los Cien capítulos lo erige como modelo de la iconografía y de todas las representaciones de la Trinidad.

- Podemos decir que no existe en ninguna parte nada parecido, en cuanto al poder de síntesis teológica, a la riqueza del simbolismo y a la belleza artística.

Se pueden distinguir tres planos superpuestos:

1- En primer lugar, la reminiscencia del relato bíblico de la visita de los tres peregrinos a Abraham ( Gen 18,1-5) El comentario litúrgico lo descifra: “bienaventurado Abraham, tú los has visto, has recibido a la divinidad una y trina”. Y la supresión de las figuras de Abraham y Sara invita a penetrar más profundamente y

2- A pasar al segundo plano, el de la “economía divina”.Los tres peregrinos celestes forman “el consejo eterno” y el paisaje cambia de significado: la tienda de Abraham se convierte en el palacio-templo; la encina de Manbré, en el árbol de la vida; el cosmos, en una copa esquemática de la naturaleza, signo ligero de su presencia. El ternero ofrecido como alimento hace sitio a la copa eucarística.


Los tres ángeles, ligeros y esbeltos, nos muestran cuerpos muy alargados (catorce veces la cabeza en vez de siete, que es la dimensión normal). Las alas de los ángeles, así como la manera esquemática de tratar el paisaje, san la impresión inmediata de lo inmaterial, la ausencia de gravedad. La perspectiva invertida elimina la distancia, la profundidad donde todo desaparece en la lejanía y, mediante el efecto contrario, acerca las figuras, muestr que Dios está ahí y que está en todas partes.

Las tres personas están conversando – y el tema podría ser el texto de Juan: “Dios ha amado al mundo de tal manera que le ha dado a su hijo único”. (I jn 4,9) Ahora bien, la Palabra de Dios siempre es acto: toma la figura sacrificial de la copa.

3- El tercer plano intra-divino sólo está sugerido, es trascendente e inaccesible. Sin embargo está presente, en tanto que la economía de la salvación fluye de la vida interior de Dios.
Dios es amor en sí en su esencia trinitaria, y su amor hacia el mundo sólo es el reflejo de su amor trinitario. El don de sí, que nunca es una falta, sino la expresión de la superabundancia del amor, está representado por la copa; los ángeles están agrupados alrededor del alimento divino. Los últimos trabajos de restauración han descubierto el contenido de la copa. La capa de pintura posterior que representaba un racimo, escondía el dibujo inicial: el cordero- que une esta comida celeste a la palabra del Apocalipsis- ha sido inmolado antes de la fundación del mundo. ( ver cita.....) El amor, el sacrificio, la inmolación, preceden al acto de la creación del mundo, están en su origen.

Los tres ángeles están en reposo que es la paz suprema del ser en sí; pero este reposo es embriagador, es un auténtico éxtasis, “la salida en sí misma”. Sa Gregorio de Nisa revela este misterio: “Es la mayor paradoja que la estabilidad y el movimiento estén en el mismo elemento.”

El movimiento

- El movimiento parte del pie izquierdo del ángel de la derecha, continúa en la inclinación de su cabeza, pasa al ángel de en medio, arrastra irresistiblemente el cosmos: la roca, el árbol, y se resuelve en la posición vertical de del ángel de la izquierda, donde entra en reposo, como en un receptáculo.

La unidad-igualdad – pluralidad


- De la concepción de los ángeles de Rublëv se desprende la unidad y la igualdad – se podría confundir un ángel con otro -; la diferencia viene de la actitud personal de cada uno hacia los otros, y, sin embargo no hay ni repetición ni confusión. El oro rutilante sobre los iconos designa siempre la divinidad, su superabundancia. Un solo Dios y tres personas perfectamente iguales es lo que expresan los cetros idénticos, símbolos del poder real de que está dotado cada ángel.

- La igualdad perfecta de los ángeles está tan fuertemente expresada que no existe regla alguna para definir la Persona divina representada en la figura de cada ángel. Para identificar a cada ángel se encuentra un testimonio importante en San Esteban de Pern, contemporáneo de Rublëv y amigo de San Sergio. En su misión entre los zirianos Esteban trae un icono de la Trinidad con la misma composición que el de Rublëv. Alrededor de cada ángel se lee una inscripción en lengua ziriana: el ángel de la izquierda lleva el nombre de Py (Hijo) el de la derecha (Puiltos) Espíritu Santo y el del centro (Aï) Padre.

- Cada persona tiene su signo indicado por los etros, que orientan la mirada hacia estos emblemas. Detrás del padre se encuentra el árbol de la vida, fuente. El cetro de Cristo señala la casa, iglesia, cuerpo de Cristo. El Espíritu se destaca en el trasfondo de las “rocas escalinadas”: la montaña, la cámara alta, el tabor, la elevación, el éxtasis, el aliento de los espacios y de las cumbres proféticas.

Formas geométricas de la composición: son rectángulo, cruz, triángulo y círculo.

- Rectángulo: En las concepciones de la época, la tierra era octogonal, y el rectángulo es el jeroglífico de la tierra que vemos en la parte inferior de la mesa. La parte superior de la mesa también es rectangular.El rectángulo expresa los cuatro lados del mundo, los cuatro puntos cardinales, que en los Padres de la iglesia eran la cifra simbólica de los cuatro evangelios en su plenitud, a la que no se le puede añadir ni suprimir nada; es el signo de la universalidad de la Palabra. Esta parte superior de la mesa-altar representa la Biblia ofreciendo la copa, fruto de la Palabra.

Las manos de los ángeles convergen en el signo de la tierra, ésta es el punto de aplicación del amor divino. El mundo está más acá de Dios como un ser de naturaleza diferente, pero incluído en el círculo sagrado de la comunión del Padre.

La cruz: Según la tradición del árbol de la vida se extrajo la madera de la cruz. Su figura es el eje invisible, pero el más evidente de la composición. Esta divide al ícono en dos y se cruza con la línea horizontal que une los círculos luminosos de los ángeles de los lados y forma la cruz.

La cruz se inscribe en el círculo sagrado de la vida divina, es el eje vivo del amor trinitario.

- El triángulo: Si se unen los extremos de la mesa al punto que se encuentra justo sobre la cabeza del ángel del centro, se puede ver que los ángeles se sitúan exactamente en un triángulo equilátero. Esto significa la unidad e igualdad de la trinidad.

- El círculo: la línea trazada siguiendo los contornos exteriores de los tres ángeles forma un círculo perfecto, símbolo de la eternidad divina. El centro de este círculo está en la mano del Padre el Pantocrator.

Padre:

- El poder del amor del Padre se manifiesta en la mirada del ángel del centro. El es amor y precisamente solo puede revelarse en la comunión y puede ser conocido como comunión. ( “Nadie viene al Padre sino por mi” Jn 14,6) es la más conmovedora revelación de la naturaleza misma del amor. No se puede tener ningún conocimiento de Dios fuera de la comunión entre el hombre y Dios, y esta es siempre trinitaria e inicia en la comunión entre el Padre y el Hijo. Hace comprender por qué el Padre no se revela nunca directamente. El icono muestra esta comunión cuya morada viva es la copa.

- Las líneas del lado derecho del ángel central se amplifican a medida que se acercan al ángel de la izquierda. En el lenguaje simbólico de las líneas, las curvas convexas designan siempre la expresión, la palabra, el despliegue, la revelación; y por el contrario, las curvas cóncavas significan obediencia atención, abnegación, receptividad. El Padre está vuelto hacia el Hijo. Le habla. El movimiento que recorre su ser es el éxtasis. Se expresa enteramente en el Hijo: “El Padre está en mi. Todo lo que el Padre tiene es mío”.

Hijo:

- El Hijo escucha, las parábolas de su vestido muestran la atención suprema, el abandono de sí.
El también renuncia así mismo para ser solo Verbo de su Padre. “las palabras que yo os digo, no las digo por mí mismo; el Padre que habita en mí es quien realiza sus propias obras”.

Su mano derecha reproduce el gesto del Padre: la bendición.

Espíritu:

- La dulzura del ángel de la derecha tiene algo de maternal. ( Ruah= el espíritu en las lenguas semíticas es femenino. Los textos sirios lo llaman a menudo el consolador: Consoladora). Es el consolador, pero también es el Espíritu: el Espíritu de la vida. Es el que da la vida y de quien todo se origina. Ppor su inclinación y el impulso de todo su ser, está en medio del Padre y del Hijo: es el Espíritu de la comunión. El movimiento parte del él.

Con una tristeza inefable, dimensión divina del Agape, el Padre inclina su cabeza hacia el hijo. Parece que habla del cordero inmolado cuyo sacrificio culmina en el cáliz que bendice. La posición vertical del Hijo traduce toda su atención, su rostro está como cubierto por la sombra de la cruz; pensativo, manifiesta su acuerdo con el mismo gesto de la bendición. Si la mirada del Padre, en su profundidad sin fondo, contempla el único camino de la salvación, la elevación apenas perceptible de la mirada del Hijo traduce su consentimiento. El Espíritu Santo se inclina hacia el Padre; está sumergido en la contemplación del misterio, su brazo tendido hacia el mundo muestra el movimiento descendente, Pentecostés.

Colores:

- Los colores en la iconografía poseen su propia lengua. En Rublëv alcanzan una riqueza inigualable, una armonía musical plena con toda la gama de los más finos matices. Sin embargo no hay efectos policromáticos, pues nada viene a turbar la profundidad del recogimiento divino. La densidad de los colores de la figura central se realza por el contraste con la blancura de la mesa y se refleja en el tornasol sedoso de los ángeles que lo rodean.

- El púrpura oscuro ( el amor divino) y el denso azul ( la verdad celeste) con el oro rutilante de las alas ( la abundancia divina) forman una armonía perfecta que se perpetúa y se vuelve a encontrar en una tonalidad dulcificada como una revelación matizada: rosa pálido y lila a la izquierda, azul más suave y verde plateado a la derecha.

- El oro de los tronos, asiento divino, habla de la superabundancia de la vida trinitaria.

- El azul llamado “azul de Rubëv” traduce el color del cielo de a Trinidad y del Paraíso.

- De lejos esta composición da la impresión de una llama roja y azul. Todo arde e el aire resplandeciente del mediodía. “Quien está cerca de mi está cerca del fuego”.

Una poderosa llamada se desprende del icono: “Sed uno, como el Padre y yo somos uno”. Todos los hombres son llamados a reunirse alrededor de la misma y única copa, a ascender hasta el nivel del corazón divino y tomar parte en la comida mesiánica.

La visión termina con una nota escatológica: es una anticipación del Reino de los cielos añada por la luz que no es de este mundo, por el hecho de que la Trinidad existe y nos ama. La sorpresa brota del alma pero se calla. Los místicos nunca hablan de la cumbre, sólo el silencio la descubre.

Visitación de la Virgen (Dionisio el Cartujo)


Sermón de Dionisio el Cartujo en la Solemnidad de la Visitación


Exsurgens Maria, abiit in montana ...(Lc.1,39-47) En este evangelio, S. Lucas escribe sentenciosamente cómo la dignísima Virgen, habiendo concebido al Unigénito de Dios, fuera impulsada a visitar a su parienta Santa Isabel, sabiendo que había concebido al precursor de Cristo.


Y así dice S. Lucas: Se levantó María del lugar en que el Arcángel Gabriel le anunciara la concepción de Cristo. Como María le dijese al ángel Yo soy la esclava del Señor, el ángel al instante se alejó de ella, y entonces ella, dejando ese lugar y la quietud de su oración y contemplación, subió a la montaña, o sea por lugares montañosos y ásperos (por los cuales es difícil avanzar subiendo) de los cuales está lleno Judea, sin demora. De esto surge que no fue gravada ni afligida a causa del recién concebido, como suele suceder en las otras mujeres; más bien fue aliviada, hecha más ágil y gozosa. Y no es de admirar esto, pues el que llevaba en su seno se llevaba a sí mismo: Cristo, que como atestigua el Apóstol (Heb. 1, 3), es el esplendor de la gloria, que con su palabra lleva todas las cosas por su poder. Continúa diciendo sin demora, porque según S. Ambrosio, no estaba mucho tiempo en público de buena gana, y no le agradaba dejarse ver con frecuencia por muchos. Y como ya estuvo llena del gozo espiritual y del fervor de una Santa devoción y del ardor del amor, se movió presurosamente; además, a causa del amor que tenía hacia su santa parienta, con la cual quiso alegrarse y a la que ayudó, tanto en ella como en el hijo que aún llevaba en su seno quiso derramar más abundante gracia de dones por la presencia de su Hijo Jesucristo, como así sucedió. En una ciudad de Judá, o sea una ciudad perteneciente al reino y a la tribu de Judá. Algunos piensan que se trata de Jerusalén, que fue la metrópolis en Judea: por esta ciudad dicen que pasó Santa María hacia la ciudad en que habitaba Isabel, que estaba unos cuatro o cinco kilómetros más allá de Jerusalén viniendo de Nazaret, que es de donde venía la Virgen María. Sin embargo, la ciudad de Judá puede ser la ciudad en donde vivían los padres de S. Juan.


Y entró en la casa de Zacarías, y saludó a Isabel, como dice el Eclesiástico (22, 31): no me avergonzaré de saludar a mi amigo. En primer lugar (dice S. Ambrosio) saludó a su parienta. Fue humildísima; pues corresponde que una virgen sea tanto más humilde cuanto más casta, no sea que por el demérito de su arrogancia merezca ser tentada, y sea abandonada por Dios y al final caiga.


Y sucedió que cuando Isabel escuchó el saludo de María, exultó el niño (Juan) en su seno. De esta exultación ya hemos hablado mucho en otro sermón sobre S. Juan Bautista. Debemos creer que conoció de modo milagroso la encarnación del Hijo de Dios y su presencia, y a la vista de tanto bien se alegró verdadera e inmensamente, incluso tan fuertemente que el gozo de la mente redundó en el cuerpo, y el movimiento del cuerpo mostró su alegría y honró la presencia de Cristo. Dice S. Ambrosio que así como Isabel sintió la venida de María, así Juan la de Cristo.


Isabel quedó llena del Espíritu Santo; dotada de mayor gracia y gozo que antes, cuando a ella vino la Madre de Cristo llevando en su vientre al Salvador, sobre todo porque sintió que su pequeño infante, en su vientre, exultara ante la presencia de la Virgen Santa y de Cristo. Antes de este momento Sta. Isabel había estado llena del Espíritu Santo, según cierto grado de plenitud. Pues esta mujer fue santa y perfecta desde antes, puesto que S. Lucas dice que ambos (Zacarías y ella) eran justos ante Dios, caminando en toda justicia por la observancia de los mandamientos, sin quejarse. Pero es costumbre en la Escritura el decir que un hombre está lleno del Espíritu Santo, cuando está lleno de la gracia de un modo notablemente exuberante. Por eso dice en los Hechos (4, 31): Después de haber orado, tembló el lugar donde estaban, y todos fueron llenados por el Espíritu Santo; lo que fue dicho de los primeros cristianos que en el día de Pentecostés fueron llenos del Espíritu Santo.


Santa Isabel, advirtiendo la venerada presencia de Cristo y de su Santísima Madre a causa de la milagrosa exultación de su hijo en el vientre, se gloriaba en Dios con todo su corazón, y quedó más llena que antes con el Espíritu Santo, y recibió el espíritu de profecía. Y exclamó con gran voz, o sea devota y afectuosa; pues de la plenitud de devoción y gozo interior prorrumpió con voz ingente, como dijo el Salvador: de la abundancia del corazón habla la boca (Mt. 12, 34). Dijo Isabel: Bendita tú entre las mujeres, entre todas la más bendecida por Dios, porque fuiste llena con mayores dones de gracia, virgen y madre, y hecha Madre del Hijo de Dios, madre de tu propio Creador: y así eres madre junto a Dios Padre, teniendo con El un solo y el mismo Hijo. Y bendito es el fruto de tu vientre, Cristo, a quien concebiste, quien es esencialmente bendito (santo) en cuanto Dios, dignísimo de toda bendición y alabanza, que reúne en sí toda gracia y bendición. También es bendito Cristo en su humanidad, o sea lleno plenamente de todo don de la gracia y la gloria, en cuanto que en El toda la capacidad de la mente creada fue llena de la gracia. De este fruto se habla en Isaías (4, 2). En aquel día será el germen del Señor, el Hijo de Dios, en gloria y magnificencia, y el fruto de la tierra será sublime; y en el Salmo 117, 26: Bendito el que viene en nombre del Señor.


¿De dónde a mí ?, ¿qué méritos tengo para que me suceda esto?, ¿que venga la Madre de mi Señor ?, Jesucristo, que es verdadero Dios; como si dijera: soy indigna de tanta dignación y visitación de mi Señora, la madre de mi Señor. Y esto es verdad, principalmente si consideramos la excelencia de dignidad y de gracia que fue puesta en María; y lo que fue Isabel en su naturaleza, o en cuanto fue menos santa que la Virgen Santa, e inferior a Ella. He aquí, oh María, en cuanto sonó la voz de tu saludo en mis oídos, apenas oí tu saludo, exultó de gozo, gozó inmensamente, el niño en mi seno. Por el saludo de María, escuchado por la madre de Juan, se iluminó milagrosamente la razón de Juan con un conocimiento actual de la encarnación y la presencia de Cristo. Por eso, según San Ambrosio, exultó sin duda por razón del misterio de la encarnación del Hijo de Dios. Respecto de esto dice el doctísimo Nicolás de Gorra: Ved cuánta fuerza tiene el saludo de la Virgen Santa, que da gozo y trae al Espíritu Santo, y da la revelación de los divinos secretos y el acto de la profecía. Pienso que esto debe entenderse en cuanto que María entrega esos dones por modo de causa meritoria; porque María con su humilde visita, con su afectuoso saludo, mereció para Isabel dichos bienes.


Además, como enseña S. Beda, solo por revelación del Espíritu Santo conoció Isabel que María Virgen concibió al Hijo de Dios, como lo anunciara el ángel, y que creyó al ángel, y que exultó en su seno por la presencia de Cristo. Dice S. Gregorio (comentando a Ezequiel): Santa Isabel, tocada por el espíritu de profecía, a la vez conoció sobre el pasado, el presente y el futuro, que María creyó la promesa del ángel, y la llamó Madre del Señor y comprendió que llevaba en el seno al Redentor; y como predijo que se cumpliría todo lo que le fue dicho, expresó lo que seguiría en lo futuro.Luego agrega: Bienaventurada porque creíste; pues creyendo tan inefable e incomprensible misterio (que el Hijo de Dios verdadero se encarnaría en ti) mereciste la eterna bienaventuranza, ya que en esperanza y en incoación eres bienaventurada con la felicidad del viador, ya que tan alta contemplación y profunda fe tienes de Dios y de los misterios de Cristo. También dice S. Agustín que María fue más feliz concibiendo espiritualmente a Cristo por la fe, creyendo, que concibiéndolo corporalmente en su vientre. Porque se cumplirá lo que te fue dicho de parte del Señor.Y dijo María: Mi alma magnifica al Señor. Como si dijera: Tú, Isabel, me magnificas mucho, pero mi alma magnifica al Señor, o sea que reconoce como grande, glorioso, omnipotente, piadosísimo al Señor, del cual me viene todo bien, que El me ha dado en su piedad; por eso le agradezco, y con la mente, los labios y las obras venero su grandeza, su infinita dignidad y perfección. Y no dijo Magnifico, sino mi alma magnifica al Señor, para insinuar que lo hace con afecto de corazón, como dice el Eclesiástico (51, 8): mi alma alaba al Señor hasta morir; y en el Salmo 102, 1-2: Bendice alma mía al Señor.Y exulta mi espíritu, mi mente o mi alma en cuanto racional, en Dios mi salvador, objeto y causa de mi salvación. Ahora bien, alma y espíritu son realmente lo mismo, pero difieren con distinción de razón: pues se dice ‘alma’ en cuanto anima al cuerpo, lo informa y lo vivifica; se dice ‘espíritu’ por la sutileza de su naturaleza, y porque contempla las cosas celestiales. En fin, el gozo espiritual del cual habla aquí la Virgen María, procede del conocimiento y amor de la verdad y del bien, o sea de Dios y de sus beneficios y promesas. Cuanto más sublime era esta gloriosísima Virgen en la contemplación de Dios, y más ferviente en su amor, tanto más conoció que el Señor le hacía beneficios más preclaros, y que le había preparado una bienaventuranza mayor; por eso se gloriaba con más fuerzas en Dios como en su causa, objeto y fin.

El Espíritu Santo en la Visitación (Juan Pablo II)



Queridos hermanos y hermanas:
1. La verdad acerca del Espíritu Santo aparece claramente en los textos evangélicos que describen algunos momentos de la vida y de la misión de Cristo. Ya nos hemos detenido a reflexionar sobre la concepción virginal por obra del Espíritu Santo. Hay otras páginas en el “evangelio de la infancia” en las que conviene fijar nuestra atención, porque en ellas se pone de relieve de modo especial la acción del Espíritu Santo. Una de estas es seguramente la página en que el evangelista Lucas narra la visita de María a Isabel. Leemos que “en aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá” (Lc 1, 39). Por lo general se cree que se trata de la localidad de Ain-Karim, a 6 kilómetros al oeste de Jerusalén. María acude allí para estar al lado de su pariente Isabel, mayor que ella. Acude después de la Anunciación, de la que la visitación resulta casi un complemento. En efecto, el ángel había dicho a María: “Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril porque ninguna cosa es imposible para Dios” (Lc 1, 36-37). María se puso en camino “con prontitud” para dirigirse a la casa de Isabel, ciertamente por una necesidad del corazón, para prestarle un servicio afectuoso, como de hermana, en aquellos meses de avanzado embarazo. En su espíritu sensible y gentil florece el sentimiento de la solidaridad femenina, característico de esa circunstancia. Pero sobre ese fondo psicológico se inserta probablemente la experiencia de una especial comunión establecida entre ella e Isabel con el anuncio del ángel: el hijo que esperaba Isabel será precursor de Jesús y el que lo bautizará en el Jordán.
2. Gracias a esa comunión de espíritu se explica por qué el evangelista Lucas se apresura a poner de relieve la acción del Espíritu Santo en el encuentro de las dos futuras madres: María “entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo” (Lc 1, 40-41). Esta acción del Espíritu Santo, experimentada por Isabel de modo particularmente profundo en el momento del encuentro con María, está en relación con el misterioso destino del hijo que lleva en su seno. Ya el padre del niño, Zacarías, al recibir el anuncio del nacimiento de su hijo durante su servicio sacerdotal en el templo, escuchó que el ángel le decía: “Estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre” (Lc 1, 15). En el momento de la visitación, cuando María cruza el umbral de la casa de Isabel (y juntamente con ella lo cruza también Aquel que ya es el “fruto de su seno”), Isabel experimenta de modo sensible aquella presencia del Espíritu Santo. Ella misma lo atestigua en el saludo que dirige a la joven madre que llega a visitarla.
3. En efecto, según el evangelio de Lucas, Isabel “exclamando con gran voz, dijo: ‘Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!’” (Lc 1, 42-45). En pocas líneas el evangelista nos da a conocer el estremecimiento de Isabel, el salto de gozo del niño en su seno, la intuición, al menos confusa, de la identidad mesiánica del niño que María lleva en su seno, y el reconocimiento de la fe de María en la revelación que le hizo el Señor. Lucas usa desde esta página el título divino de “Señor” no sólo para hablar de Dios que revela y promete (“Las palabras del Señor”), sino también del hijo de María, Jesús, a quien el Nuevo Testamento atribuye ese título sobre todo una vez resucitado (cf. Hch 2, 36; Flp 2, 11). Aquí él debe aún nacer. Pero Isabel, igual que María, percibe su grandeza mesiánica.
4. Eso significa que Isabel, “llena de Espíritu Santo”, es introducida en las profundidades del misterio de la venida del Mesías. El Espíritu Santo obra en ella esta particular iluminación, que encuentra expresión en el saludo dirigido a María. Isabel habla como si hubiese sido partícipe y testigo de la Anunciación en Nazaret. Define con sus palabras la esencia misma del misterio que en aquel momento se realizó en María. Al decir “¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?”, llama “mi Señor” al niño que María (desde hacía poco) lleva en su seno. Y además proclama a María misma “bendita entre las mujeres”, y añade: “Feliz la que ha creído”, como queriendo aludir a la actitud y al comportamiento de la esclava del Señor, que responde al ángel con su “fiat”: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).
5. El texto de Lucas manifiesta su convicción de que tanto en María como en Isabel actúa el Espíritu Santo, que las ilumina e inspira. Así como el Espíritu hizo percibir a María el misterio de la maternidad mesiánica realizada en la virginidad, de la misma manera da a Isabel la capacidad de descubrir a Aquel que María lleva en su seno y lo que María está llamada a ser en la economía de la salvación: la “Madre del Señor”. Y le da el transporte interior que la impulsa a proclamar ese descubrimiento “con gran voz” (Lc 1, 42), con aquel entusiasmo y aquella alegría que son también fruto del Espíritu Santo. La madre del futuro predicador y bautizador del Jordán atribuye ese gozo al niño que desde hace seis meses lleva en su seno: “saltó de gozo el niño en mi seno”. Pero tanto el hijo como la madre se encuentran unidos en una especie de simbiosis espiritual, por la que el júbilo del niño casi contagia a la que lo concibió, e Isabel lanza aquel grito con el que expresa el gozo que la une a su hijo en lo más íntimo, como atestigua Lucas.
6. Siempre según la narración de Lucas, del alma de María brota un canto de júbilo, el Magnificat, en el que también ella expresa su alegría: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador” (Lc 1, 47). Educada como estaba en el culto de la palabra de Dios, conocida mediante la lectura y la meditación de la Sagrada Escritura, María en aquel momento sintió que subían de lo más hondo de su alma los versos del cántico de Ana, madre de Samuel (cf. 1 S 2, 1-10) y de otros pasajes del Antiguo Testamento, para dar expresión a los sentimientos de la “hija de Sión”, que en ella encontraba la más alta realización. Y eso lo comprendió muy bien el evangelista Lucas gracias a las confidencias que directa o indirectamente recibió de María. Entre estas confidencias debió de estar la de la alegría que unió a las dos madres en aquel encuentro, como fruto del amor que vibraba en sus corazones. Se trataba del Espíritu-Amor trinitario, que se revelaba en los umbrales de la “plenitud de los tiempos” (Ga 4, 4), inaugurada en el misterio de la encarnación del Verbo. Ya en aquel feliz momento se realizaba lo que Pablo diría después: “El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz” (Ga 5, 22).



Audiencia General del miércoles 13 de junio de 1990

Visitación de la Virgen (Catequesis Juan Pablo II)



El misterio de la Visitación, preludio de la misión del Salvador

Catequesis de Juan Pablo II (2-X-96)

1. En el relato de la Visitación, san Lucas muestra cómo la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel. El Salvador de los hombres, oculto en el seno de su Madre, derrama el Espíritu Santo, manifestándose ya desde el comienzo de su venida al mundo.


El evangelista, describiendo la salida de María hacia Judea, usa el verbo anístemi, que significa levantarse, ponerse en movimiento. Considerando que este verbo se usa en los evangelios para indicar la resurrección de Jesús (cf. Mc 8,31; 9,9.31; Lc 24,7.46) o acciones materiales que comportan un impulso espiritual (cf. Lc 5,27-28; 15,18.20), podemos suponer que Lucas, con esta expresión, quiere subrayar el impulso vigoroso que lleva a María, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a dar al mundo el Salvador.

2. El texto evangélico refiere, además, que María realiza el viaje «con prontitud» (Lc 1,39). También la expresión «a la región montañosa» (Lc 1,39), en el contexto lucano, es mucho más que una simple indicación topográfica, pues permite pensar en el mensajero de la buena nueva descrito en el libro de Isaías: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas nuevas, que anuncia salvación, que dice a Sión: "Ya reina tu Dios"!» (Is 52,7).

Así como manifiesta san Pablo, que reconoce el cumplimiento de este texto profético en la predicación del Evangelio (cf. Rom 10,15), así también san Lucas parece invitar a ver en María a la primera evangelista, que difunde la buena nueva, comenzando los viajes misioneros del Hijo divino.

La dirección del viaje de la Virgen santísima es particularmente significativa: será de Galilea a Judea, como el camino misionero de Jesús (cf. Lc 9,51). En efecto, con su visita a Isabel, María realiza el preludio de la misión de Jesús y, colaborando ya desde el comienzo de su maternidad en la obra redentora del Hijo, se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos.

3. El encuentro con Isabel presenta rasgos de un gozoso acontecimiento salvífico, que supera el sentimiento espontáneo de la simpatía familiar. Mientras la turbación por la incredulidad parece reflejarse en el mutismo de Zacarías, María irrumpe con la alegría de su fe pronta y disponible: «Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (Lc 1,40).
San Lucas refiere que «cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1,41). El saludo de María suscita en el hijo de Isabel un salto de gozo: la entrada de Jesús en la casa de Isabel, gracias a su Madre, transmite al profeta que nacerá la alegría que el Antiguo Testamento anuncia como signo de la presencia del Mesías.
Ante el saludo de María, también Isabel sintió la alegría mesiánica y «quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno"» (Lc 1,41-42). En virtud de una iluminación superior, comprende la grandeza de María que, más que Yael y Judit, quienes la prefiguraron en el Antiguo Testamento, es bendita entre las mujeres por el fruto de su seno, Jesús, el Mesías.
4. La exclamación de Isabel «con gran voz» manifiesta un verdadero entusiasmo religioso, que la plegaria del Avemaría sigue haciendo resonar en los labios de los creyentes, como cántico de alabanza de la Iglesia por las maravillas que hizo el Poderoso en la Madre de su Hijo. Isabel, proclamándola «bendita entre las mujeres», indica la razón de la bienaventuranza de María en su fe: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45). La grandeza y la alegría de María tienen origen en el hecho de que ella es la que cree.

Ante la excelencia de María, Isabel comprende también qué honor constituye para ella su visita: «¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?» (Lc 1,43). Con la expresión «mi Señor», Isabel reconoce la dignidad real, más aún, mesiánica, del Hijo de María. En efecto, en el Antiguo Testamento esta expresión se usaba para dirigirse al rey (cf. 1 R 1, 13, 20, 21, etc.) y hablar del rey-mesías (Sal 110,1). El ángel había dicho de Jesús: «El Señor Dios le dará el trono de David, su padre» (Lc 1,32). Isabel, «llena de Espíritu Santo», tiene la misma intuición. Más tarde, la glorificación pascual de Cristo revelará en qué sentido hay que entender este título, es decir, en un sentido trascendente (cf. Jn 20,28; Hch 2,34-36).
Isabel, con su exclamación llena de admiración, nos invita a apreciar todo lo que la presencia de la Virgen trae como don a la vida de cada creyente.
En la Visitación, la Virgen lleva a la madre del Bautista el Cristo, que derrama el Espíritu Santo. Las mismas palabras de Isabel expresan bien este papel de mediadora: «Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1,44). La intervención de María, junto con el don del Espíritu Santo, produce como un preludio de Pentecostés, confirmando una cooperación que, habiendo empezado con la Encarnación, está destinada a manifestarse en toda la obra de la salvación divina.
[L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 4-10-1996]

jueves, 24 de mayo de 2007

Feliz Pentecostés


Del esplendor eterno desciende el crisma profético
que consagra a los apóstoles en heraldos del Evangelio.
Ven, 0h divino Espíritu, con tus santos dones
y transforma nuestros cuerpos en el templo de tu Santa Gloria.

(Himno de vísperas para el Tiempo de Pascua)

Pentecostés (Iconografía)


La iconografía para la fiesta de Pentecostés es constante, aunque se registran variantes más o menos significativas sobre las que han discutido largamente teólogos e historiadores del arte. La variante más importante es con mucho la presencia de la Madre de Dios en el centro de la reunión de los Apóstoles.


Hallamos a la Madre de Dios en la iconografía de los primeros siglos, como por ejemplo en el Evangeliario sirio de Rábula del 587, y fue de nuevo propuesta sólo a finales del siglo XVI. Su presencia ha sido explicada de diversos modos: en el sentido de una transportación adherente a la narración de los Hechos de los Apóstoles, o en sentido deductivo, es decir, teniendo presente que el evento se desarrolló en Sión, lugar donde la Virgen vivía; luego, por tanto, es de suponer que participaba dentro del grupo de los Apóstoles.


Por lo que respecta, en cambio, a las razones de su ausencia en la iconografía bizantina y en la occidental, durante tanto tiempo, se han formulado distintas interpretaciones: por el hecho de que, concebid sin pecado y habiendo concebido por el Espíritu Santo, ella había sido transformada por el Espíritu, o también porque los textos litúrgicos no ofrecen indicaciones relacionadas de forma clara y puntual con la presencia de la Madre de Dios y su papel concreto en el momento del descenso del Espíritu Santo; o aun como consecuencia de la transformación del significado del icono de Pentecostés de histórico a simbólico, por lo que la "reintroducción" de la Virgen en Occidente y sucesivamente en algunos filones iconográficos bizantinos refleja el influjo que tuvo sobre el arte el ascenso del culto mariano.


La tribuna y las lenguas de fuego

En la parte superior del icono están pintada lateralmente dos casa, similares a torres. De este modo se quiere dar a entender que la escena se desarrolla en el "piso alto" de Sión, el de la última Cena, convertido, después de la Resurrección, en el lugar de reunión de los Apóstoles y discípulos para la oración.

Los edificios, simétricos, presentan aberturas solo en la parte alta, siguiendo las direcciones de las lenguas de fuego que emanan de la esfera celeste: de ésta parten los doce rayos.
"Apareciéndose en lenguas de fuego el Espíritu fija el recuerdo de aquellas palabras de salvación para el hombre que Cristo recibió del Padre y transmitió a los Apóstoles", se canta en el Canon de los Maitines de Pentecostés.



Los Apóstoles comenzaron a anunciar la Palabra a partir de ese momento en el que habían recibido al Espíritu, y su estar juntos daba vida a una junta, una unión espiritual, un sínodo; de forma análoga los iconos que representan los Concilios Ecuménicos reproducen el mismo esquema iconográfico.



El Viejo Rey



En el centro del hemiciclo, inmerso en la oscuridad, a menudo aparece un hombre anciano, con regios ropajes, que sostiene entre las monos un lienzo blanco. En algunas representaciones, sobre él aparecen doce rollos que simbolizan la predicación apostólica. El significado de esta figura no es unívoco. Parece haber tomado forma a partir del siglo X, mientras que anteriormente en su lugar figuraba una muchedumbre de gentes, de pueblos de distintas lenguas y nacionalidades como se dice en los Hechos de los Apóstoles.



Cuando se indica su nombre, se le llama: Ho Kósmos (el Mundo). El Viejo Rey pretendía ser una imagen simbólica que evocara el conjunto de pueblos y naciones que tenían en el Sasileus (emperador) bizantino su punto de referencia.Este significado, fruto de una evolución conceptual de carácter histórico-político, puede ser más directo e inmediato si se encuadra la figura en a estructura que la rodea, en la así llamada Bema Sirio.



En la tradición arquitectónica de las iglesias sirias y caldeas, encontramos, en efecto, un elemento del que hoy solo queda algún resto: el ambón o bema en el centro de la Iglesia. Se trata de una tribuna con forma de herradura colocada en el centro de la iglesia frente al ábside y el santuario en el que se halla el altar. Sobre éste se desarrollaba la liturgia de la Palabra, el anuncio a Jerusalén y al mundo, y tomaban asiento los celebrantes. El rey entonces, en el centro del hemiciclo es el mundo, puesto que él detenta el mandato celeste sobre la tierra.


El anciano está representado de forma en que se suele pintar al rey David, puesto que está representado a los "muchos profetas y justos que han deseado ver lo que vosotros veis, y no lo vieron, y escuchar lo que vosotros escucháis, y no lo escucharon", aprisionados por la naturaleza humana que el Espíritu ha bajado a edificar.


En algunos casos, el rey es identificado con el profeta Joel. El motivo es de naturaleza litúrgica. En efecto, en la gran víspera de Pentecostés, la segunda lectura veterotestamentaria está extraída precisamente de Joel, que dice. "Yo infundiré mi espíritu sobre vuestra persona, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños, y vuestros mozos verán visiones". Profecía ésta que fue expresamente mencionada por Pedro para justificar el comportamiento de los Apóstoles frente a los "hombres de Judea" y a todos aquellos que se encontraban en Jerusalén después del descenso del Espíritu.


Los Doce


Los Doce se hallan por lo general dispuestos en las dos alas del hemiciclo y entre los dos grupos queda un sitio vacio. El trono vacío simboliza el trono preparado para la Segunda Venida. En este caso la representación asume el significado del Juicio Universal en el que los Doce se sientan "en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel". Cuando aparece la paloma, símbolo del Espíritu Santo, es la señal tangible de la realización de la economía de la salvación con su manifestación trinitaria.


El misterio de Pentecostés, en efecto, no es la encarnación del Espíritu, sino la efusión de los dones, que comunican la gracia increada a la persona humana, a cada miembro del Cuerpo de Cristo. La unidad que se realiza en la comunión eucaristíca es "por excelencia un don del Espíritu".

Icono de Pentecostés (Catequesis)

Jesucristo, el Hijo de Dios, fue crucificado, murió sobre la cruz, descendió a los infiernos, ha resucitado y, después de su resurrección, se les apareció a sus discípulos muchas veces. Al fin, después de haberlos bendecido, ascendió al cielo. Al dejar a los apóstoles, Cristo les ordenó: "Permaneced en Jerusalén hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24,49b). Y "...estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido, la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua" (Hch 2,1-6). Una imagen insigne de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles es el icono de Novgorod, de finales del siglo XV y principios del siglo XVI, pintado según el esquema tradicional. Los apóstoles están todo sentados y forman un arco que se abre hacia nosotros. Sobre ellos viene el Espíritu Santo bajo forma de lenguas de fuego, pintadas en el icono como rayos que bajan del cielo sobre los apóstoles.Un gran conocimiento ha iluminado la mente de cada uno de ellos. Esta sabiduría está representada por una aureola -el nimbo- alrededor de sus cabezas. El Espíritu Santo los ha iluminado. El icono está pintado con tal arte que, a pesar de que los apóstoles son diferentes, los vemos como si todos fueran uno solo. Desde ahora y para siempre los discípulos de Cristo están ligados el uno al otro, unidos por el Espíritu Santo. Esta comunión, esta unidad, es la Iglesia. Cada apóstol sostiene un rollo, símbolo de la enseñanza. También a nosotros se nos propone la enseñanza: el viejo de la corona, que es símbolo del mundo, el "Cosmos", se encuentra con nosotros; tiene en las manos un paño con los rollos. Entrad y recibid la enseñanza.Entrad en la Nueva Alianza. La Iglesia siempre está abierta -figura del Cosmos- y está representada como si se encontrara sobre las puertas. Este icono de Pentecostés es imagen de la Iglesia eternamente viva, siempre abierta al que entra. A ella, como a un arroyo que no se seca, afluyen las gentes, generación tras generación. El iconografo ha logrado hacer lo imposible: transmitir la acción que se está desarrollando fuera del tiempo, en la eternidad, de la cual llega a ser partícipe cualquiera que mire este icono.El círculo de la Iglesia no tiene principio ni fin, no se puede partir y tampoco cerrar. En él está el sentido profundo de su Universalidad.
Imagen: Icono de Theófanes de Creta.1546. Monasterio Stavronikita. Monte Athos. Grecia.